Todos los Santos y Santas tuvieron una fuerte experiencia de encuentro con Dios. Cada persona es única, por eso también su relación con el Señor lo es; sin embargo los “amigos de Dios”, los santos, se encuentran con la misericordia divina, el amor incondicional de la Trinidad: el corazón se ensancha y la vida cambia; no hay obstáculo que dificulte el camino hacia al Señor y el deseo de hacer siempre su voluntad. ¡Ojalá todos pudiesen tener esta experiencia, que es el mismo camino de santidad!

Los Santos son ejemplos y también amigos que pueden ayudarnos en nuestra vida: en este Año Santo de la Misericordia vamos a conocer cómo “nuestros” Santos vivieron el encuentro con el Dios misericordioso y cómo ésto cambió su vida y su apostolado. Empezamos, sin duda, con el ejemplo del Beato José Allamano.

Desde joven, José Allamano hacía la comunión con frecuencia, una opción no compartida por todos, pues en su época había mucha gente que hacía más hincapié a las faltas y pecados que al amor y misericordia de Dios. Por su corazón enamorado de Cristo, el joven José sabía que el amor del Señor es más grande y fuerte que los pecados: era una certeza nacida de su encuentro con Jesucristo. El amor a la eucaristía y la importancia dada a la comunión eucarística fue central en toda su vida: le dio energía y confianza para emprender grandes iniciativas para el bien de la Iglesia y de la gente.

Como sacerdote, el Padre Allamano pasaba muchas horas confesando, y muchas personas lo buscaban por su dedicación y capacidad en aconsejar y expresar con su presencia la misericordia de Dios. Numerosos testimonios dicen que cuando atendía a alguien, le daba todo el tiempo necesario, como si no tuviese otra cosa para hacer (mientras que sus compromisos eran abundantes), y su sonrisa calentaba el corazón y daba ánimo, de manera especial a quienes tenían grandes problemas o dudas.

Como Fundador de dos Institutos Misioneros, el Beato José Allamano demuestra que su fe para con la misericordia de Dios era tan firme que tan sólo quería que todos pudiesen conocerla para alcanzarla: La Misericordia de Dios es para todos ¡Nadie está afuera! ¡El misionero anuncia la gloria de Dios, que es la salvación para todas las personas!

Terminamos con unos pensamientos de nuestro Beato Padre sobre el amor y misericordia de Dios:

“Dios se complace mucho cuando creemos en su bondad y misericordia. Por eso, no debemos tener miedo de alimentar demasiado nuestra esperanza”. “Nuestros dos grandes amores son la Eucaristía y el Crucifijo. La Eucaristía no siempre podemos tenerla con nosotros, pero el crucifijo sí; debe estar siempre a mano”.

“Tenemos que vivir con la certeza de que Dios comprende nuestras debilidades y perdona nuestras faltas. De nosotros solo quiere un poco de buena voluntad”.